dimanche 13 novembre 2016

Tengo un problema con el conductor de este tren...y es que no me escucha.

Yo le ruego, con quejas, que baje la voz. Que el silencio me agota, y la quietud me pone tremendamente nerviosa. Le digo también que no me mire tan de cerca, que me deje pasar.
No tengo intención de buscarle las cosquillas, pero me gustaría que respetara si no me apetece reír.

Que no me dijera que estoy loca por esperar parada a que llegue la próxima estación. Que no me enseñara la guitarra cada vez que busco mi voz. Que no me silbe, y si lo hace, que lo haga de manera  clara.

La nitidez es lo único que importa. Ni siquiera ya la belleza, no, la nitidez. No se si puedes escucharla, hace tanto que no compartimos silencios que ya no... que ya no creo que puedas.

No es que yo lo vea más claro, es que desde aquí, todo parece diferente. Ya lo decía Baricco: por mucho que uno se esfuerce en vivir una sola vida, los demás verán dentro de ella otras mil, y ésta es la razón por la cual no podemos evitar hacernos daño.  Y cuando digo hacernos, hablo de nosotros mismos. De las suposiciones, de los peros de más, y de la incapacidad de hablar claro. Porque en realidad no sabemos lo que tenemos que decir. Y lo más importante, no sabemos a quién.

Por eso, hace falta un por qué. Que le de sentido a todo, hasta al respirar. Uno de esos que resbala por tus dedos para quitarte las legañas, para secarte las lágrimas, para silbar las victorias. Todo se reduce a eso: lo que uno ve, lo que uno sueña. Y entre tanto, te acepto. Y entretanto, a ser posible, te quiero.





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