samedi 31 décembre 2016

Le salían mariposas del los dedos y el aire escandalizado, despeinaba a su paso todas las miradas...
el azúcar era para los incrédulos, ella solo necesitaba ese momento, ese estar acompañada en la mejor compañía, tu hogar.

Siempre había buscado su hogar... cruzó mares y ondeó montañas, subio pedaleando a un ferry de incertidumbre y se durmió en el anhelo de un mundo mejor. Le asustaron los sueños imposibles, o taaan díficiles que ardían. Y volvió a casa...otra vez. "Supongo que habré encontrado mi hogar cuando esté en un lugar del que no me pueda marchar. Entonces...lo sabré. Será allí". Pero no...su hogar era el mundo y aquella ventana a una vida que pasa. Su hogar era aquel momento. Era mirarse y saberse familia, era disfrutar del silencio de quien se sabe acompañado. Y de esa manera, completo.

En todas las miradas se esconden cicatrices. En todos los adioses un "quiero volverte a ver" y en todos los pecados una falta de sueño que se sacia a mordiscos de vida. Le prometió no tener que ser perfecta, no tener que amar la vida a todas horas, poder dejar vencer al miedo de vez en cuando, pues en el temblor a veces se descubren las grandes pasiones.  Sabía que la serenidad era horizonte pero quizás allí, no podría descubrirse exhausta de emociones, no podría sentir de nuevo esos días en que la lluvia te atropella, no podría oír respirar y sentir aquella delicia de aire tan cerca de su pecho. No podría no, y no quería perderselo.

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