Ayer me dio por buscar sobre la diferencia entre el amor y
la amistad. Una Psicóloga colaboradora
de la radio contaba que la diferencia entre ambos era, además de la atracción
sexual, tener un proyecto común. Pero que también se puede llegar a lazos muy
fuertes, a momentos comunes de intimidad que se asemejan mucho de una relación
a otra, sólo que esa intimidad tiene más que ver con el verse que con el
tocarse. Y sin embargo, uno de los mayores anhelos es ser visto. Ser visto es
además, según contaba, uno de los puntos clave de la seducción. Decía: seducir
es observar, es ver en el otro pequeños detalles que lo hacen diferente y
dejarle saber que es mirado. Pienso que tanto en la pareja, como en la amistad,
tiene que haber seducción. Porque entiendo, que ese ver en el otro, algo más
que nadie ve, es lo que dan las relaciones íntimas. Dice Jorge Bucay que las
amistades son espejos, que es gracias a ellas que puedes verte, porque un amigo
no te idealiza, ni se proyecta en ti, un amigo te mira, te conoce y te
quiere.
Por eso se dice que el amor de la amistad es más puro, se
dice además, que un amigo da sin condiciones, que no espera nada de ti,
simplemente compartir. Y sin embargo, hay tantas o más decepciones con los
amigos que con las parejas. No es posible una decepción sin expectativas. No es
posible una aceptación verdadera si no entendemos que hay tantos mapas de una
sola mirada, como personas que tratan de leerla.
Hace ya más de doce años, una amiga mía escribió en una
nota, despidiéndose sin saberlo: mi corazón será tu espejo. Hoy sé que es
verdad. Y eso sólo es posible con esos lazos invisibles que acarician pero no
atan, que respaldan cuando estás lejos, incluso cuando no estás. Eso solo es
posible cuando entendemos PARA QUÉ nos estamos conociendo. Hoy quiero darte las
gracias, por seguir iluminando mis días, amiga. Por acompañarme en esta ruta y
de vez en cuando, recordarme, que mi corazón guarda tu reflejo.
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