Recuerdo que él me comparaba al conejo de Alicia en el país de las maravillas. Y sonreía al verme correr, sabiendo que no podía atraparme. Pero me atrapó. No por correr más rápido, sino entrando por el único sitio que para mí era calma: las palabras. Y las cosió una a una, dandome la oportunidad de transformar los errores y tantos de mis miedos, en peculiaridades. Riéndose del tiempo y del mar, bailando con los barcos, vendando mis ojos para poder sentir que la vergüenza tiene que ver con el miedo a ser vista.
Me atrapó, casi, para siempre. Hasta que lo dejé ir. Dejé ir todas y cada de sus palabras, que para él eran pájaros de temporada y para mí eran lazos...
Una a una, tuve que desenredarlas de mis recuerdos y permitirlas volar, desde aquel lugar tan libre en que solo él me quiso.